Sin saber bien cuándo ocurrió algunas cosas se volvieron costumbre para él. Desde el sonido de las aves madrugadoras cuando sale a correr hasta el aroma a comida fresca que sale de los locales del centro, desde las conversaciones banales que zumban en sus oídos hasta la sonrisa en los rostros de sus más cercanos en este lugar. Todo se volvió una rutina que a rápido paso logró adoptar sin darse realmente cuenta. Era extraño pero no malo, se sentía cálido, incluso si en las noches, presionando una pañoleta roja, sabía que estaba mal disfrutar.
Porque él no podía, al final del día, completamente olvidar. Después de todo, aquel que ya no está cuando prometió hacerlo jamás se puede perdonar el fallar.
Esas son cosas que ya no habla, que ya no repite todos los días cuando alguien le dice que está bien que sea feliz, que disfrute su estancia en este lugar que desea darle una oportunidad. Hay cosas que sigue pensando, que sigue odiando de toda esta situación, sin embargo, hay cosas que ha aprendido a amar, a estimar, a tratar como joyas que en ningún otro sitio podría obtener.
Y en las noches, llorando en silencio junto a una pañoleta roja, se pregunta si algún día dejará de sentirse así de mal. Dejar de sentirse mal por mirar el cielo y sonreír, por mirar el sol y agradecer tener esa segunda oportunidad, por mirar la luna y poder apreciarla más allá de una compañía en una noche de vigía.
Se pregunta si dejará de culparse por disfrutar de las estrellas en compañía de alguien más, de alguien a quien sin dudarlo puede confiarle su espalda y cerrar los ojos para sólo suspirar riendo.
No está seguro de si ese día, o noche, en algún momento realmente vendrá, pero, presionando una pañoleta roja dentro de su bolsillo, le dice a un pelinegro si desea quedarse a cenar.
#42 - Stars [Yuuto & Zack]
Sin saber bien cuándo ocurrió algunas cosas se volvieron costumbre para él. Desde el sonido de las aves madrugadoras cuando sale a correr hasta el aroma a comida fresca que sale de los locales del centro, desde las conversaciones banales que zumban en sus oídos hasta la sonrisa en los rostros de sus más cercanos en este lugar. Todo se volvió una rutina que a rápido paso logró adoptar sin darse realmente cuenta. Era extraño pero no malo, se sentía cálido, incluso si en las noches, presionando una pañoleta roja, sabía que estaba mal disfrutar.
Porque él no podía, al final del día, completamente olvidar. Después de todo, aquel que ya no está cuando prometió hacerlo jamás se puede perdonar el fallar.
Esas son cosas que ya no habla, que ya no repite todos los días cuando alguien le dice que está bien que sea feliz, que disfrute su estancia en este lugar que desea darle una oportunidad. Hay cosas que sigue pensando, que sigue odiando de toda esta situación, sin embargo, hay cosas que ha aprendido a amar, a estimar, a tratar como joyas que en ningún otro sitio podría obtener.
Y en las noches, llorando en silencio junto a una pañoleta roja, se pregunta si algún día dejará de sentirse así de mal. Dejar de sentirse mal por mirar el cielo y sonreír, por mirar el sol y agradecer tener esa segunda oportunidad, por mirar la luna y poder apreciarla más allá de una compañía en una noche de vigía.
Se pregunta si dejará de culparse por disfrutar de las estrellas en compañía de alguien más, de alguien a quien sin dudarlo puede confiarle su espalda y cerrar los ojos para sólo suspirar riendo.
No está seguro de si ese día, o noche, en algún momento realmente vendrá, pero, presionando una pañoleta roja dentro de su bolsillo, le dice a un pelinegro si desea quedarse a cenar.